«Random» se llama el nuevo disco de Charly García. El número 37 desde aquel «Vida» con el que inauguró su trayectoria a la par de Nito Mestre. En las últimas horas, un primer adelanto de ese trabajo vio la luz y los sonidos rápidamente se diseminaron a lo largo de todo el universo musical de la Argentina. También en una buena parte del continente. «La máquina de ser feliz» no es un tema nuevo. Lo que no quiere decir, tampoco, que se trate de un tema que fue compuesto hace diez años. Charly lo había presentado públicamente en varias ocasiones, incluso lo había elegido para una participación suya en una ficción diaria a la que fue convidado a sumarse años atrás.
Casi un blues. Rodeado de capaz sonoras en donde el piano con las marcas tradicionales de su formación clásica se acompasa con una voz anciana, tan cerca de lo que vemos y tan alejada de la imagen de rockstar que Charly se supo inventar para convivir consigo mismo. Un García medular, desbordado en transparencia. «Hay tanta gente sola, hoy tanta gente llora» reza la canción en uno de sus puntos de inflexión. Una constante en la humanidad del músico que vuelve a gritar melódicamente desde lo profundo. Sus soledades, sus miedos y su salida inventiva. La creación de su máquina de ser feliz. Que ni siquiera él maneja («prende y se apaga sola, sale después de hora«) pero que lo empuja a seguir existiendo. Acaso cuando ni siquiera él mismo se imaginaba que eso podía ser posible.
Yo no tengo ningún derecho a pedirle a Charly que no se muera; cada hombre conoce su propio ciclo y si puede bancarse otros doce rounds, pero vos podés pedirle gentilmente que siga creando, que siga produciendo: que siga siendo.
Cuando apenas tenía poco más de dos años, sus padres se fueron de vacaciones a Europa y lo dejaron al ciudado de unas niñeras que odiaba. El pico de nervios derivó en un vitiligo que se manifestó en la pigmentación de su piel. Lejos de renegar de eso, convirtió la característica de esa enfermedad en una de sus marcas registradas. El hombre del bigote bicolor, tan prolijamente cuidado en los tiempos del buen marketing. Casi se mata cuando intentó zafar del servicio militar obligatorio y se tomó un tubo de pastillas. Dice que se le apareció un ángel y le presentó la canción que iba a convertirse en su primer gran éxito. La «Canción para mi muerte» del disco debut de Sui Generis.
Se quedó en la Argentina en los tiempos de la dictadura genocida y desafió a los militares con sus canciones encriptadas y personalísimas. Grito sus temores y una generación se reconoció ellos. Todos entendieron, menos los que creían entenderlo todo. Revolucionó la música latinoamericana de los ochenta y se convirtió en un ídolo de masas. Los extremos de la caparazón rockstar lo fueron comiendo de a poco. Lo internaron a la fuerza en un par de oportunidades, nunca lograba recuperarse del todo. Anduvo acelerados pasos adelante del mundo y su obra comenzó a ser incomprendida. Lo nombraron loco, maniático, lo acusaron de perder «la chispa».
Para escaparse de la policía se tiró de un noveno piso. Cayó en una pileta y salió caminando. Se convirtió en un artista integral preso de sus demonios personales y tocó fondo en el 2008. Cuando, convertido en un vampiro eterno, se harto de perseguir las revoluciones demoliendo hoteles y pidió ayuda. El tratamiento fue duro. Los años fueron pasando con entradas y salidas permanentes a clínicas y consultorios médicos. Sólo y sin manejo sus propias cosas, se fue reconstruyendo como que pudo. También reinventó sus relaciones y sus modos de relacionarse con el mundo, que se hicieron cada vez más herméticos. En las redacciones, su necrológica se va durmiendo en una memoria RAM que va ocupando cada vez más espacio en el almacenamiento general. Porque hay que seguir escribiendo.
«La máquina de ser feliz» ahora, «Random» después, son una luz del mismo resplandor que dictó aquella «Canción para mi muerte» de 45 años atrás. No hay matices. Es una vida, entera, la que Charly sigue poniendo a disposición de su obra. Es todo un transcurrir del tiempo expresado en melodías y canciones que no esconden lo vivido. Incluso, lo manifiestan con la suficiencia de los que no se arrepienten. «Pedimos perdón, corriendo, enmascarando el fin» dice al comenzar este último estreno de García. Así de simple. Casi como un capitulo más de un cuento, contado por uno de los nuestros que mejor saber hacerlo, mirando siempre un poco más allá.