«La música no es magia. La música es oficio.
Y mientras más géneros toques,
mientras más variado sea tu rango de conocimiento de patrones rítmicos,
de idiosincrasia, de formas de baile y formas musicales…
más cerca del jazz vas a estar”.
Bam Bam Miranda
Son contados los hombres y las mujeres que a lo largo de la historia de la humanidad logran trascender las barreras que trazan los contextos que les tocan en suerte. Quienes pueden hacerlo acercan mundos, motorizan transformaciones y empujan revoluciones. Algunas más pequeñas, otras enormes. Las armas elegidas para semejante tarea varían según los tiempos y las circunstancias. Bam Bam tenía un tambor. Había nacido en Perú cuando promediaba el siglo veinte. Allí desarrolló su pasión por el ritmo que lo llevó al sur de la capital peruana a encontrarse con Festival Verano Negro de Chincha en el que el redoble de los instrumentos de percusión afroperuanos eran los protagonistas permanentes. Miguel Antonio, así se llamaba, descubría su mundo en esos lugares. Su gran maestro fue Amador Ballumbrosio Mosquera, uno los más reconocidos ejecutores del cajón peruano que se recuerde. Con él aprendió todo lo que necesito aprender para desarrollar el estilo que luego lo convirtió en referente continental.
Según contaba el propio Bam Bam, Alejandro Lerner lo había visto tocar en Nueva York y la satisfacción había sido tal que le propuso sumarse a su banda para una gira en 1985. Miranda se vino y ya no volvió. Aquí tocó con todos. Desde el Polaco Goyeneche y Teresa Parodi hasta Divididos y la Bersuit. Pero su gran papel fue acompañando a La Mona Jimenez con quien tocó hasta los últimos días de su vida. Desde 1992 ocupó un lugar central en la banda del cordobés e incorporó al repertorio cuartetero una serie de elementos propios del jazz latino y la música afroperuana que abrieron caminos que hasta el momento nadie había transitado en los escenarios bailables de la cordobeses. Fueron protagonistas de una auténtica revolución rítmica que lentamente se comenzó a imponer hacia adentro del universo tunga-tunga. Juntos anduvieron hasta el final, incluso en los momentos en que la relación flaqueó.
A la par de su trabajo con Jimenez, Bam Bam armó sus propios proyectos en los que volcaba toda esa pasión que lo había deslumbrado desde pequeño: el jazz latino con anclaje afroperuano. Guarango se llamaba la banda con la que actuaba la noche en la que se desplomó en un escenario que celebraba 190º aniversario de la independencia de Perú, el 28 de Julio del año 2011. A la par de esos compañeros escribió sus últimas páginas musicales y avisoró sus últimos horizontes. Los proyectos que quedaron truncos en Bam Bam, en cierta forma, quedaron truncos en Guarango. Aunque el grupo siguió tocando, sobre todo para recordarlo y mantener su legado vigente.
Cuando el próximo 29 de Julio se cumplan seis años de su partida física, Bam Bam volverá a ser razón y excusa para hacer sonar los tambores. Guarango se volverá a reunir en ese lugar que Bam Bam consideraba su segunda casa y el que fue despedido por sus seres más cercanos allá por Julio del 2011: el 990 Arte Club (Bv. Los Andes 299, Ciudad de Córdoba). Con la presencia de la mayoría de los integrantes de la última formación que acompañó a Bam Bam, volverán a interpretar el repertorio de esta gran banda que pasea por la música folclórica cubana, amalgamada con armonías del jazz hasta llegar a los ricos ritmos afroperuanos. También se sumarán a esa celebración de la vida y la música de Bam Bam la agrupación de música tradicional peruana y latinoamericana Clave Criolla, la participación de diferentes ensambles de percusión, intervenciones de danza afroperuana y una participación especial de los referentes de la percusión en Córdoba: Zurdo Roqué, Esteban Gutiérrez, Pichi Pereyra y Vivi Pozzebón.
La música que Bam Bam nos enseñó volverá a ser protagonista en la noche en que, también, se cierran los festejos por los 17 años de 990. Desde algún sitio de la selva peruana en la que sus restos descansan, el sonido del tambor se elevará y el nombre de Bam Bam Miranda volverá a retumbar en el latir de la Córdoba que lo adoptó.