A 35 años de la muerte de Julio Cortázar, podríamos decir que no hay un sólo Julio Cortázar. Hay un Cortázar para cada cual, incluso para cada momento de la vida. Todos parecen haber leído a Rayuela, pero su obra es mucho más que esa construcción literaria que se nos vuelve cada vez que pensamos en el hombre de la “r” resbalosa. Hay un Cortázar con barba y otro sin barba. Hay un Cortázar romántico y otro intelectual. Hay un Cortázar lejano a la política y otro mucho más cercano. Hay un Cortázar sensible y otro soberbio. Y así, cada uno puede encontrar a lo largo de su obra distintos Julios. Con Cortázar compartimos y discutimos. Hay un Cortázar para armar.
El laberinto Cortázar, construído por su obra, sus cartas y por las entrevistas que dió a lo largo de su vida, tiene infinitas salidas, y miles de zig-zags en el nudo de la cuestión. El camino lo fue construyendo como creó los cronopios y las famas, o como ese monstruo romántico que es La Maga, casi un Frankestein que parece creado con las piezas de diferentes mujeres que pasaron por su vida.
Su juego con lo fantástico es tan inexplicable en términos sencillos, que incluso a él se le complicaba. Su fantasía comenzaba casi siempre en el mundo real y crecía como árbol. Cortázar ponía en el papel ese momento que nosotros llamamos “colgarse”. La fortaleza de la fantasía de Cortázar radica en que nunca dejó de ser un niño. En alguna carta a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi admite su adicción por los dinosaurios, a lo cual se suma su gusto por los vampiros y su fascinación por el monstruo del Lago Ness. La infancia del escritor vuelve todo el tiempo durante su adultez y se transforma en obra como en Bestiario, Final del juego, Los venenos y La señorita Cora, por ejemplo.
Cortázar está lleno de paradojas. Amaba la sutileza del jazz y se encandilaba con los cross de derecha y los uppercuts de los boxeadores, por ejemplo, fluctuaba entre gustos populares y su apariencia de dandy europeo. Aunque escribió una de las historias románticas más intelectuales de la literatura latinoamericana, gustaba de leer novelas rosas. En ese menjunje está el gustito, la belleza de lo imperfecto y el acercamiento de un tipo que termina siendo terrenal y familiar.
Siempre hay que volver a Julio, a sus prosas, cuentos y novelas. Pero también hay que ir a los links que Julio ó Cocó -como lo llamaban en su casa- nos propuso todos estos años. Cortázar nos sirve para ir a Borges, a Edgar Allan Poe, a Julio Verne, Alejandra Pizarnik, Jean Cocteau y Charlie Parker, entre muchos otros.
Cada cual puede armar su Cortázar, lo importante es dejarse atrapar por su laberinto.
Vaya nuestro humilde homenaje a un caníbal sin dudas.