El fenómeno editorial de la tetralogía “Dos amigas” de Elena Ferrante, se explica simplemente por ser buena literatura. Sin embargo, estos cuatro libros (y los que lo preceden) que nos hablan de la amistad, de la violencia hacia las mujeres, de las muy difíciles relaciones que las mujeres solemos mantener con nuestras madres, de nuestros vínculos amorosos y de tantas cosas más, fueron puestos en la picota principalmente porque Elena Ferrante era (es) un seudónimo.
¿Quién está detrás de ese nombre?, se preguntaban obsesivamente decenas de crónicas y reseñas. Las especulaciones eran muchas. La favorita: ¿varón o mujer?
No quiero hacer una crítica literaria. Quiero detenerme en Elena Ferrante. Porque mientras seguíamos sacudidas por la historia de estas dos amigas (no digo sacudidas y sacudidos porque, como esta tetralogía está catalogada como “literatura femenina”, no he podido compartir mi lectura con ningún varón) sale un señor, en medio de las denuncias mundiales de los Panamá Papers, utilizando los métodos de investigación que algún periodismo suele usar para visibilizar grandes escándalos financiero-económicos, para revelarle al mundo que jamás se lo ha pedido que Elena Ferrante es Anita Raja. Sus ingresos, sus propiedades de 7 u 11 habitaciones, su nivel y estilo de vida. Investigada como una delincuente. Y, como si fuera poco: la madre que Elena Ferrante describe en sus libros no reflejan la odisea de su madre real. Elena/Anita, desprecia a su madre, reniega de sus orígenes, sugiere el señor Claudio Gatti.
El artículo-revelación de Gatti, y los que siguieron justificando su “investigación”, son un muestrario muy básico, muy típico, de un machito que no digiere que una mujer exitosa no se rinda a las miles de cámaras y de lo que apareja el éxito. Que no tolera que una mujer se atreva a declarar “no odio en absoluto las mentiras en la vida, las encuentro útiles y recurro a ellas cuando sea necesario para escudar mi persona, los sentimientos, las presiones”. No acepta que en épocas de fama fácil, una autora asegure que, una vez terminado, un libro “no necesita del autor”. El libro es nuestro, la literatura es nuestra, de las lectoras y lectores.
Anita Raja hizo una breve declaración por Twitter, pronto borró sus comentarios y su cuenta, y volvió a ser Elena Ferrante. Porque siendo Elena Ferrante, ¿quién quiere ser Anita Raja?