Por estas horas están quienes recuerdan el café, la birra o el porro con él. Esa cosa tan posmoderna de: “yo lo conocí, fui su amigo”. También, claro, los que reniegan de esa amistad viralizante que sólo aparece con las muertes.
Por Gonzalo Puig
@gmpuig
Lo cierto es que cualquiera que haya leído Bajo este sol tremendo (Editorial Anagrama, 2008) o Magnetizado (Editorial Anagrama, 2018), puede decir que ha tomado un café, una birra o le ha pegado una seca al porro de Carlos Busqued. No jodamos, ese maldito sinvergüenza, directo, cínico y arriesgado tuvo la capacidad de que los lectores nos hiciéramos amigos de él, con ese código de complicidad que también logró desarrollar en su ácido twitter cotidiano, donde dejó otra obra enorme.
«Escribo para que la gente me disculpe por lo que soy, porque entiendo que soy bastante pelotudo».
— Carlos Busqued
Busqued te hacía sentir parte, era uno de los nuestros. Y eras parte de esa narrativa retorcida, sucia, sin rodeos, casi siempre incorrecta y sin abuso de la metáfora. Ese non-fiction que te atrapa en cada párrafo y te deja embarrado hasta la pera.
Pero sobre todas las cosas, lo más magnético es que se nos presentaba como un tipo como uno. Era ese pibe de pueblo que se fue a la ciudad. El que abrió las puertas de la FM UTN a un montón de amantes de la radio que fueron expulsados del mainstream del dial. El escritor chaqueño no subestimaba a sus lectores, no explicaba de más, no daba vueltas.
Nació hace 50 años en la localidad chaqueña de Presidencia Roque Sáenz Peña y se vino a Córdoba en plena primavera del despertar democrático, en el 86, a estudiar Ingeniería en la Universidad Nacional de Córdoba. En el 2007 se mudó a Buenos Aires, donde más tarde publicó su primera novela “Bajo este sol tremendo”.
Cemento y tierra
Busqued tenía calle, pero no sólo calle de ciudad, sino también calle de pueblo y eso también acerca a sus textos a tantos que hemos pisado cemento y tierra. Esa agudeza, cruda, se gana en desplantes, en destierros.
El tipo escribió dos novelas inmensas de grande, después de haber vivido lo suficiente. Nueve años hay entre una y otra. En el medio una película que no nos animamos a ver porque incluso el cambio de nombre nos da desconfianza: en el cine su ópera prima se llama “El otro hermano”, título que no tiene ni un cuarto de peso que el original.
Su lectura era como un rayo. Caía, te partía la cabeza y después ya nada podía ser igual. Ojalá sus libros se agoten y se reediten y se agoten de nuevo.
Meter la nariz en la biblioteca tendrá un gusto amargo estos días, tal vez porque quisiéramos que más de uno tuviera la acidez de Busqued. Nos va a hacer falta el pelotudo este.