En medio de la vorágine por presentar al mundo desde una mirada universal que elimina la pluralidad de identidades colectivas que nos construyen como seres sociales, Revista Islandia aparece como un bálsamo para las observaciones que rompen con las lógicas analíticas tradicionales. Al hacerlo, le da sentido a ese faro que, anclado en el medio de Córdoba Capital, busca iluminar esas partes que la propia ciudad decidió dejar a oscuras.
Islandia asienta su identidad desde su propia denominación. Describe su lugar en el mundo. En los que hay vikingos perdidos, cierto, pero por sobre todas las cosas mucha mediterraneidad. Y según parece, cuando los horizontes no ofrecen infinitos por descubrir, mirar para adentro y hurgar intentando comprenderse suele resultar un ejercicio más que interesante.
Con los pies en el suelo proclamado isleño por la verba angelocista, la pluma que recorre, describe y reflexiona desde Revista Islandia va desanudando las contracturas de una historia demasiado amañada por los relatos que se han impuesto y que, en algún momento, parecieron incuestionables. En esa tarea, sus escribas retoman parte del más rico estilo del periodismo narrativo de nuestro continente y lo ponen a jugar de la mano de (lo que tendría que ser) su aliado natural: la cultura nacional-popular. Aunque a esta altura, al comprender los rasgos distintivos de los procesos del continente, podríamos llamarle «regional-popular».
Islandia mira hacia adentro y lo vocifera al mundo. Se entiende como parte actuante de un trajinar rico en historias negadas que merecen salir a la luz para repensar la universalidad desde una óptica distinta. La que identifica los movimientos propios de una construcción colectiva que se busca silenciar en pos de un relato que parece escribirse desde otro lugar del planeta. Ese que decidió arrojar sus rasgos característicos en una especie de espacio subterráneo carente de importancia para, así, negarlo. Islandia va en busca de esas historias. Anda tras los rastros de esas miradas que muchos quisieron condenar a la ceguera. Al hacerlo, rompen política y generacionalmente con la visión del mundo que algunos quisieron dejarle como herencia única. Pero el mundo es mundo y deconstruirlo siempre es una tarea tan necesaria como apasionante. Desde Islandia se desarman los prejuicios y comienzan a reinventarse los relatos propios de un universo cargado de pequeñas victorias que fueron presentadas como derrotas permanentes por los obstinados en ver el mar entre llanura y montaña.