Nos hemos acostumbrado a ver inmensas paredes blancas, muy blancas y un cuadro en el medio, derecho, bien derechito. El próximo cuadro está a metros, en otra pared de blanco inmaculado. En el momento de los aplausos aparece el autor, muchas veces demasiado tímido y reacio a ese momento de fama, que entiende, puede ser efímero. Pero hay otro personaje dispuesto a tomar esos aplausos. Vestido a la moda europea y con colores extravagantes. Suena a cliché literario o cinematográfico, pero que los hay, los hay. Ese personaje es el gestor cultural, el que permitió gracias a su olfato que el artista coloque su pequeño cuadro de 15 cm. por 15 cm. en una pared de 5 m2.
Hace un tiempo parece ser el reinado de la gestión cultural, y desde que ese concepto se ha instalado se ha hecho un culto del mismo. Universidades -públicas y privadas- ofrecen cursos, posgrados, maestrías y cuanta cosa paga exista respecto a esta nueva modalidad de entender el mundo del arte y la cultura -modalidad, que dicho sea de paso no es tan nueva-. Es el momento de los intermediarios que hoy pululan por las oficinas estatales.
En realidad la gestión cultural nacida en la alborotada Francia de los 60, tenía que ver con el Estado ejerciendo políticas públicas, que por cierto es bastante lejano a lo que se ve hoy en día. Por ese entonces, en Francia, le tocó al célebre pensador de izquierda André Malraux -convocado por el entonces presidente galo Charles de Gaulle-, idear un ministerio centrándose en lo cultural y desprendiéndose de una bajada de línea nacionalista, que ejerciera poder sobre los valores de nación, que había sido un área estratégica del modelo del estado francés desde la Revolución. Malraux pensaba un Ministerio de los artistas, de los creadores, de la creación. Desde su rol de ministro, Malraux sostuvo esa perspectiva para poder reconstruir la nación, devolviendo el sentido de la vida en común, del respeto a sí mismo de un pueblo humillado, carente de toda moral social, escéptico y derrotista. Malraux propuso, por ejemplo, intervenir en la distribución territorial del poder cultural, para que la cultura llegue a periferias, ciudades y barrios alejados, sin dudas uno de los desafíos más importantes de su cartera. El advenimiento de la televisión, es decir, cuando la cultura comenzó a entrar a las casas y ya no hacía falta ir tanto a un museo. Estalló el Mayo Francés y con ella Malaraux.
Luego la gestión cultural viró, en los 80, hacia el mundo del entretenimiento o animación, sobretodo en países que salían del fuerte golpe de la posguerra, la censura y oscuridad. España fue en ese momento uno de los campos teóricos más importantes para esta construcción de la gestión que sentaba su base en promover el ejercicio de las libertades individuales, poniendo fin a cualquier forma de censura, a la vez que se establecieron vínculos más estrechos con las expresiones culturales europeas y del resto del mundo. España estrechó sus vínculos con las industrias culturales de su país, pero inició hacia la segunda etapa del gobierno del socialista Felipe González -a comienzos de los 90-, un proceso de exportación o “nueva colonización” cultural, a través del festejo del quinto centenario del “descubrimiento de América”. El estado fortaleció alianzas con empresas del sector privada -Telefónica, por ejemplo-, y Estado español junto a empresas privadas comenzaron un nuevo periodo de expansión en América Latina. Las editoriales españolas, por ejemplo, comenzaron a comprar editoriales de toda la región, pero también fue el desembarco de Repsol, Telefónica, Iberia, entre otras empresas. La colonización económica vino de la mano de la cultura.
Ese modo de gestión cultural es el que se instaló en nuestro país, el que se convirtió en ideología hegemónica de cómo entender la cultura. “Cultura para el desarrollo” le llaman algunos, es decir “yo que tengo cultura” se la doy al que no tiene. Pero también se abrió la puerta a que estos intermediarios que acercan privamos y estados, generando un negocio, abarroten las oficinas estatales. Se corrió el eje y ya no hay ministerios o secretarías para artistas, sino para estos nuevos entrepreneurs. Se discuten muy pocas leyes u ordenanzas, sólo se piensa en cuanta gente puede salir en la foto en un evento. Por eso mejor que hablar de gestión cultural en el estado, se debe hablar de gestión de políticas públicas.
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