Jorginho, artista callejero: «El arte nos equipara»

En una charla con Cultura Caníbal, Jorginho repasa su vida. Relato de un niño de pueblo que eligió ser artista callejero, libre y feliz.

En la vereda donde algunas veces, dicen, se paraba Jardín Florido, Jorginho sonríe, saluda con un gesto e improvisa un verso para el pasajero de colectivo, el obrero y el estudiante que caminan, el niño de la mano de su madre y el vendedor ambulante.

«Me gusta improvisar y aprendí de mi papá, que tocaba el saxo pero no sabía leer música, del Martín Fierro, de las jineteadas y los payadores. Escuché mucho a Oscar de León, «El Rey de de la Salsa», y a José Alberto «El Canario», que improvisaban mucho. Eso también lo llevo a la actuación y a la vida misma».

Soy Jorginho

«Mi verdadero nombre es Jorge Silveira, que no me jode, al contrario, porque Jorginho es artístico, claro». Sus primeras palabras se complementan con una rotación de manos, como reafirmando. El apellido es portugués pero Jorginho es Uruguayo como sus padres, sus hermanos, algunos de sus hijos y sus abuelos.

«Mi mamá es de apellido Gallego», repasa con mucha claridad su ascendencia. «Supuestamente era el apellido de los amos que tenían sus ancestros. Nunca supo quién era su papá, intentó averiguar por todos lados pero no era como ahora que entrás en Internet…» Durante la entrevista Jorginho volverá al recuerdo de su infancia y de su madre, un recuerdo tierno y nostálgico.

También será recurrente la negritud. «Mi abuelo paterno era africano, tenía las palmas de las manos, las plantas de los pies y hasta las encías negras, pero no le podías decir negro porque se ofendía. Don Tito o Señor Silveira, teníamos que decirle incluso los familiares. Tanto rigor y sometimiento al negro, al esclavo y todo eso».

Artista y callejero

Como en un acto confidente se quita el sombrero frente al espejo y se peina con sus dedos dos mechones a los costados de su cabeza calva. «¿Viste mis pelitos de payaso?», tira por lo bajo.

El arte lo atraviesa desde su infancia en San José de Mayo, su pueblo natal de donde son oriundos también, entre otros, Francisco Canaro, Adrián Medina (uno de los Treinta y Tres Orientales) y Malena Muyala. Su padre era músico, su madre incentivaba la pintura, la lectura y la escritura. «Nos hacía leer revistas de Patoruzú y Condorito y después nos hacía escribir, narrando lo que habíamos leído. Gracias a eso no tenemos errores de ortografía».

—De mis padres. Mi papá aparte de ser municipal tocaba el saxo barítono, un saxo grande, y los tres tambores del candombe: el chico, el repique y el piano; a mi me gustaba la vida que llevaba porque era muy divertido.

»Cuando terminábamos la jornada buscábamos tiempo para cantar, estábamos en los coros de la escuela. A mí me gustaba mandar musicalmente y dirigía a mis hermanos. Escuchábamos las murgas o canciones de Los Olimareños, José Carbajal «El Sabalero», Alfredo Zitarrosa, canciones fuertes que fueron prohibidas en Uruguay, entonces le agarrábamos las ollas a la vieja y hacíamos murgas.

»Para los cumpleaños teníamos repertorios. Cantábamos, tocábamos los tambores, mi mamá bailaba, cantaba candombes viejos, siempre tuvimos un lugar para la música. Los días de lluvia o en invierno también porque no teníamos televisor para ver películas.

Cuando el dolor se hace canción

En sus frases, Jorginho aglutina varios dolores que lo acompañan desde hace mucho tiempo. Unos son espirituales como el racismo, que deja huella en el corazón. «Yo me la banco y lo asimilo, a mis 56 años ya no me molesta».

Otros son físicos, marcas en el cuerpo de diferentes etapas de su vida, pero se mitigan «cuando estoy en la calle tocando. Me olvido que estoy operado de la columna, del dolor crónico que comienza en la cervical y termina en los talones, de la insuficiencia cardíaca -diagnosticada recientemente como grave -, me olvido de todo».

Como en la infancia que «nos hacía olvidar hasta del hambre. Mi mamá nos mandaba a dibujo y pintura, nos daban un pincel y témpera o acuarela y en esa hora la mente viajaba, nos olvidábamos de la pobreza. Podría decir que el arte nos equipara como personas».

—Fue una una pobreza de verdad, sabemos lo que es pasar hambre. Mi mamá siempre alquiló lo más barato que había, lo más precario, vivimos todos en una pieza de cuatro por cuatro con piso de tierra que se llovía.

»Ella hacía magia con lo que le pagaban para darnos de comer o comprarnos ropa, pero la higiene y la educación nunca faltaron. Yo iba a la escuela a la mañana y le pasaba mis zapatillas a mi hermana para la tarde.

»Éramos cuatro hermanos de los cuales murieron Gabriela y José Carlos, que le decíamos Petete, era un negrito chiquitito tremendo. De chicos trabajábamos en un tambo, teníamos que ordeñar al mediodía y a la medianoche, en primavera era más sacrificado porque hay más verde, la vaca produce más leche. Los patrones ganan muy bien pero al empleado le pagan muy poco y a los chicos, menos. En un mes salía de descanso dos días cada quince.

—Porque amo la libertad. En Uruguay si sos negro, pobre y no podés pagarte los estudios, a los 18 te meten en el cuartel, la marina o la policía. Mi mamá ya había hablado con uno, no me acuerdo si de la Marina en Montevideo o con el jefe de policía del pueblo. Tenía que presentarme en el cuartel; preparé el bolsito y bueno, pasó un camión que llevaba inodoros. Le hice dedo a las 5 de la mañana y fui parar a San Pablo en Brasil. Por tres meses mi vieja no supo nada de mí pero yo no quería ser militar, fui el único de la familia que rompió con eso.

»Estuve dos días viviendo en Praça da Sé, mucha mafia, mucha droga, horrible, hasta que me contacté con La Casa del Uruguayo, que me abrió las puertas y me dio trabajo. Tenían tambores y quise ganarme un dinero haciendo candombe, pero para los brasileros es sólo el Samba, no tuve suerte.

»Después conocí una persona de Colombia y me fui a vivir allí. Luego a Madrid con la música y el teatro y después a Barcelona, donde estuve hasta el 2000.

No soy de aquí ni soy de allá

El derrotero que Jorginho resume en pocas palabras dura en realidad trece años hasta su llegada a Argentina. Se vivían tiempos duros social, política y económicamente, aunque esto último aún no se notara.

En el viejo continente tampoco era todo color de rosa. «Sufrí mucho el racismo en Europa. Me decían negro, sudaca, cuándo te vas para tu país, y eso por más que uno se la banque, duele».

Ese racismo presente en casi todos los lugares donde vivió, incluso en su propia tierra, hasta le costó la vida de su hijo. «Tengo tres varones y una mujer, pero el primero falleció. Nació prematuro en 1992 y una enfermera rubia, alemana, que no nos quería a los negros, me lo mató con el corticoide. Había que darle un disparo con el spray y le dio muchos. Le reventó el corazón, había mucho racismo todavía en Uruguay».

—El racismo y muchas cosas más. Estuve 5 años sin ver a mi hija y pasaron por mi mente el suicidio y un montón de pensamientos feos; pero la música y el teatro fueron mis pilares, junto con mi perrita salchicha, Tina, que vive conmigo.

—Porque conocí a unos argentinos en Barcelona y me dieron ganas. El 5 de mayo de 2000 aparecí en La Boca. Llovía y había paro general, me acuerdo. Casi que no había colectivos y yo tenía dos billetes de 20 pesos (algo así como 40 mil pesos de hoy). Era mi único capital.

»Hubo personas de Uruguay y gente de teatro que me abrió las puertas de sus casas y sus salas. De a poquito empecé a levantar. Viví en un conventillo a dos cuadras de la cancha. Cuando me casé con una chica Argentina, con quien tengo una hija, me hicieron la fiesta del casamiento en el quincho y tengo muy lindos recuerdos del barrio. También viví en Congreso y en Ciudadela, haciendo teatro y tocando en los trenes, en los colectivos, siempre con el arte.

Careta viva de un pueblo con dolor

El artista callejero es mojón, guía de turismo y acompañante terapéutico, entre otros oficios. Mientras acomoda sus bártulos para emprender el regreso a casa, le suena el celular, lo mira, desliza el dedo por la pantalla. «Es el cieguito de la otra esquina, debe querer que vaya a comprarle algo», susurra con el teléfono en la oreja. En efecto, el vendedor de ballenitas aparece a los pocos minutos ofreciendo como contraparte un par de porciones «de la San Luis».

—Tengo un vínculo muy fuerte, especialmente con niños, abuelos y personas en situación de calle. porque como negro de piel, de raza, sé que se sufre en todos lados. Soy muy sociable y me gusta escuchar a la gente. Mi mensaje es de libertad, igualdad y amor. Mis canciones se basan en la libertad. Quiero transmitir lo que siento con respeto y amor.

»Hay quienes que vienen llorando a contarme que tienen el hijo privado de su libertad o la mamá muriéndose de cáncer, personas que nunca vi y se desahogan conmigo. Muchas veces no estoy tocando y me vienen a contar sus problemas. Soy oído también, por eso no puedo estar con cara de tengo el corazón mal, me voy a morir, porque yo transmito alegría.

»Tengo que juntar para el alquiler pero también me pongo en el zapato de esa persona, la escucho, me tomo mi tiempo, no todo pasa por el dinero.

—Yo me considero un artista callejero con mayúsculas. Amo lo que hago, me respeto y respeto al público. Hay personas que se quedan un rato mirándome, escuchándome y después me dicen ´no tengo para colaborar´, pero me dan un aplauso, un beso.

»No es que voy a cantar para hacer dinero. Canto para darle a la gente lo que siento. Todos los días antes de empezar, mientras acomodo la mochila, el instrumento, hago trabajos de relajación, hago de cuenta que voy a estar en el Teatro Colón y ya cuando vengo, en el monopatín, vengo vocalizando.

La calle es su lugar

En varias oportunidades, incluso por fuera de la entrevista, el artista menciona a «mis amigas del call», Son trabajadoras del call center que funciona en último piso del correo – cuyo ingreso es la posta donde Jorginho canta todas las mañanas -, quienes lo sorprenden a diario con bocadillos, pan o comida para llevar.

No son las únicas que colaboran: «hoy una señora me regaló empanadas, otra tomates, a veces ropa. Son bendiciones que suman», cuenta mientras chequea su homebanking y se sorprende. «Mirá, ayer en la cuenta del banco no tenía un centavo y ahora tengo doce mil pesos, porque la gente me colabora. Todo eso suma y significa que uno hace las cosas bien».

Jorginho con la camiseta de Boca

Ayer pasó un santiagueño que vino a buscar trabajo, tenía la mochila y la camiseta de boca y me pidió que le improvisara una canción para su abuelita que estaba en el cielo. Me escuchaba llorando de emoción, abrió la mochila y me regaló una camiseta, una Adidas original. Me dijo «úsela mi hermano, yo se la regalo de corazón».

De Boca, peronista y carbonero

Dicen que de política y de fútbol no se habla, pero Jorginho tiene clarísimas sus ideas. «Soy muy futbolero. Todos los negros en Uruguay somos de Peñarol, que es un club popular. En Argentina de la mitad más uno y en Córdoba me gustan los tres equipos. Veo, escucho, opino, al igual que de política tengo mi grupo para opinar, porque la gente está muy sensible».

—Me considero peronista. Mi papá tenía un cuadro del General Perón con un caballo apalusa y tenía sus libros, Se tomaba unos vinos y gritaba, «¡Viva Perón, carajo!. No conoció Argentina, nunca salió del país. pero era hincha de Peñarol y amaba a Perón.

»Defiendo al estudiante, a los jubilados, a los discapacitados que la están pasando muy mal, al arte y la cultura. Cuando los abuelos marchan al PAMI reclamando medicamentos dejo de tocar y aplaudo, los respeto porque es lindo llegar dignamente a ser viejo. Por eso salgo todos los días a la calle con mi lema Prohibido Rendirse, no me puedo echar para atrás ni para tomar impulso, siempre para adelante.

»Desde 2001 milito en política. Estuve en Plaza de Mayo y un amigo fue baleado por la policía en aquellos días difíciles. Tengo cosas feas para recordar de esa época. cómo la policía tiraba balas de goma. Yo viví todo eso.

—Por la columna ya no, pero jugaba. Frente a casa había un cementerio y un campito que ahora tiene departamentos, esa era nuestra cancha. Después de hacer las tareas salíamos todos los pibes a jugar. Hacíamos campeonatos con otros barrios.

»Era delantero, muy hábil, muy rápido, pero falto de puchero. Del hambre que tenía, en los corners no llegaba al área. A veces iba con dos mates amargos y un pedacito de pan, ese era mi desayuno.

«La vida de esa manera me funciona»

La charla se va agotando, pasaron casi dos horas con un almuerzo liviano y apurado en el medio, y algunas interrupciones propias de un viernes. Es inevitable tras repasar la vida del negrito que toca en la calle, indagar sobre lo que queda, lo que viene.

«A veces – comenta – me levanto con ganas de irme a vivir a Uruguay, pero al campo, porque uno de mis hijos vive ahí. Mi mamá y mi hermano quieren que vaya, pero creo que si voy me muero enseguida, de tristeza, porque son muchos años fuera de mi país, mis amigos ya están muertos o muy viejos. Dentro de mi ambiente, la música, el arte, andá a saber si encuentro alguno».

«Además este país, Argentina, me ha dado mucho, me siento cómodo y lo amo. Cuando juega la selección y suena el himno me considero un Argentino más. Tengo una hija argentina y amigos, pero a veces me pregunto si me iría o terminaría los años que me quedan aquí, y no tengo respuesta».

Jorginho

«Por otra parte, tengo sueños pero ya no pienso en mañana porque vivo el día, como artista callejero vivo el momento, más ahora que me diagnosticaron insuficiencia cardíaca grave y no sé si voy a estar mañana».

Para el cierre menciona las principales enseñanzas de sus padres: respeto y humildad «Nunca te creas más que nadie, al contrario, todos los días vas a aprender algo, me decían y la vida de esa manera a mi me funciona».

Jorginho Silveira. ARTISTA CALLEJERO. Así, con mayúsculas.

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