Leyendo en bares voy

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En materia de espectáculos, hoy vale todo. Un circo internacional, una intervención artística en el medio de la rutina de la ciudad, un concierto, una obra de teatro. Ir a escuchar a un tipo que lee cuentos, también. Así es como Hernán Casciari anda leyendo en bares. El viernes y el sábado estuvo en Córdoba, en Espacio 75, el subsuelo del CC Alta Córdoba.

Casciari es un relator de cuentos y un columnista de reconocidos periódicos de Argentina y España, al que se le cruzó por la cabeza renunciar para emprender proyectos propios. Arrancó con un blog, luego fundó las revistas Orsai y Bonsai y hoy tiene siete libros (dos novelas y cinco libros de cuentos) traducidos a varios idiomas que son la cartera de su editorial. Claro, una editorial propia porque se autodefine como un tipo al que le gusta decidir todo, hasta la estética de sus libros.

La primera vez que Casciari se animó a leer cuentos al público fue en esta misma ciudad, recuerda que fue el 30 de agosto del 2014 en el marco de la Feria del Libro. Y a partir de allí sucedieron teatros, auditorios y salas en muchas ciudades. La gente lo sigue en redes, en el blog, en su canal de YouTube, en las radios. Córdoba no es la excepción. Hernán quería hacer una función, luego sumaron otra, y otra, y otra en una sala que sea descontracturada en la que pudo gozar de cierta cercanía con el público y firmar los libros de quienes hayan decidido ir a escuchar sus historias. Y a hacerle firmar los libros, claro.

¿Pero qué sucede en la sala cuando lee Casciari? Hernán da aviso de que la propuesta es clara: lo que tiene para ofrecer en ese espectáculo es un cuento autobiográfico de cada uno de sus libros. La gente lo escucha en silencio y con suma atención. El histrionismo y el magnetismo que posee solo puede ser entendido escuchándolo. Es que el nivel de detalle de todo (TODO) lo que va relatando hace que uno se apropie de esa experiencia.  Y, para completarla, maneja los climas de tal manera que puedes estar descostillado de la risa y, diez segundos más tarde, con el corazón estrujado y los ojos vidriosos, como sucede en su última historia de la noche: la de su infarto. “Fui todos los hombre muertos que no tuvieron gente al lado”, reza; y el silencio de la sala es otro. Todos nos quedamos pensando.

Convencido el orgulloso dueño de un acre en la luna (con diploma de ribetes dorados incluido) dice que la gente ya no compra buzones, compra historias. Todos y cada uno sabemos las mentiras que compramos. Quizás ahí se explique que los adultos salgamos a buscar en una noche fría y lluviosa de mayo, antes o después de trabajar lo que Casciari nos trajo: historias.

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