Las noticias falsas han existido desde el origen de las lenguas, con una intencionalidad marcada a favor, casi siempre, de intereses espurios. Cayendo en un lugar común referiremos a Goebbels, el propagandista estrella de Hitler, quien, según dicen (alguien tendría que chequear esto) tenía como frase favorita «miente, miente que siempre algo queda», o su variante «repite, repite que siempre algo queda». No sabemos cuál fue primero y cuál es la versión 2.0.
Con ese párrafo lleno de ideas sin chequear, arrancamos la segunda parte de nuestros apuntes sobre la posverdad, aunque esta vez con un acercamiento más hacia la lucha por desmentir las campañas informativas mayormente gestadas por políticos, publicistas y medios de comunicación.
Las grandes empresas de tecnología, administradoras de la comunicación virtual y su viralización, ordenamiento y masificación, han comenzado a ocuparse de ello en una tarea considerada titánica por algunos. Google, Facebook, la BBC de Londres y el francés Le Monde, por citar algunos, lanzaron sus operativos de chequeo de información falsa.
El gigante de las búsquedas creó categorías o labels en su buscador indicando que tal o cuál artículo puede ser falso, conforme una serie de verificaciones y denuncias de los usuarios. También la red social de Zuckerberg agrega un botón para denunciar como falsa una publicación, la que es remitida a la Interntional Fact-Checking Network (Red de chequeo de hechos, un organismo del Poynter Institute) para que verifiquen su veracidad. Si bien la tarea resulta difícil, sumado a que como todos sabemos siempre es menos viral la desmentida que la publicación original, el objetivo es que los propios usuarios sepan distinguir entre una noticia falsa y una verdadera. Esta tarea nació por requerimiento de la IFCN a Facebook luego del triunfo de Donald Trump, donde se evidenció una campaña masiva de posteos que derrumbaron la imagen de Hillary Clintos (llegaron a publicar hasta un affaire de la candidata con Yoko Ono en los setenta, apuntando a la moralina de los electores norteamericanos).
Los medios de comunicación, en cambio, miran con más simpatía a la concientización que a la desmentida. Le Monde se alió con Snapchat – una red con mayoría de usuarios adolescentes y jóvenes – para la publicación de artículos referidos a las formas de detección de la información falsa. La BBC por su parte, publica en sus medios electrónicos artículos referidos al negocio de las noticias falsas
«Obviamente, el titular es clave. La gente deja de leer después del titular y los dos primeros párrafos, así que si estos suenan como noticias legítimas, puedes hacer lo que quieras con el final de la historia, hasta volverla ridícula», afirma Allen Montgomery, creador del sitio The National Report, cuyos contenidos (incluído el nombre de su fundador) son cien por ciento falsos. (fuente BBC)
En Argentina, en épocas de discusión de la Ley de Medios, se ha popularizado la consigna Clarín Miente, mientras el multimedio se ocupaba de titular La Ley K en cada zócalo de referencia al debate. La estrategia gubernamental, en esos momentos, fue superadora y consiguió bajar los índices de credibilidad de la empresa de comunicación, mientras que esta contraatacó con efectivas campañas de periodistas denunciadores seriales de la supuesta corrupción del gobierno. Pero esta pelea, sus consecuencias, sus soldados heridos y demás actores, quedará para una tercera entrega de Posverdad.
Para cerrar este segundo tomo, nos plantearemos solamente si en efectivo las publicaciones engañosas han dejado el ámbito de la publicidad para instalarse definitivamente en la información verosímil, si es posible combatirla, o si finalmente el interés de los monopolios de la virtualidad es recuperar el manejo de la información limpiando las falsedades. ¿Será que nuevamente no nos están contando toda la verdad y otra vez estamos cayendo en una maraña de operaciones informativas? Cómo saberlo, si vivimos en la era de la posverdad.