Durante los primeros días de los militares en el país, más allá de vivencias y sentimientos personales, los referentes de la cultura rock y su cúmulo de seguidores no se sintieron directamente perjudicados. Pero las persecuciones habituales de repente se endurecieron y rápidamente el cambio de época se sintió como un tortazo. Las permisiones que las fuerzas de seguridad se daban en los operativos, los traslados, las requisas, las preguntas… nada era igual.
Para la lógica de la dictadura había una relación entre movimiento de rock y subversión, la cuestión era desarticular el circuito de los recitales, dado que éste era el ámbito privilegiado de constitución del «nosotros» del movimiento. El sociólogo Pablo Vila reconoce que la práctica disuasiva que los militares llevaron a cabo en este ámbito comenzó con una aparente indiferencia para seguir con una serie de pequeños movimientos que tendían a “boicotear” espacios de encuentros de menor envergadura para así ir sembrando la sensación de inseguridad y temor permanente. La bomba de gases lacrimógenos que explotó en medio de un recital del grupo Alas en 1977, responde a este tipo de “operaciones menores” que daban cuenta de la intolerancia que se comenzaba a explicitar. La “marca” dejada en los recitales más chicos, siguió con un aumento significativo del accionar militar represivo durante las previas y a las salidas de los grandes conciertos que se organizaban en el Luna Park, y luego con las “recomendaciones” que las fuerzas de seguridad hacían a los dueños de los locales para que no contrataran artistas de cual o tal tipo debido a su supuesta inconveniencia. Todo este accionar fue obligando a los músicos a refugiarse en algunos centros periféricos de resistencia, sino en escuelas y en sindicatos. Muchos, cansados o amenazados, fueron lentamente expulsados al exilio.
Con una premeditación absoluta los militares se encargaron de barrer los espacios colectivos existentes, promovieron la apatía y cercenaron todas las expresiones culturales que se alejaran de lo que ellos entendían debía ser la cultura argentina. Sin darse cuenta potenciaron la convergencia de un montón de expresiones que como fin común tenían su oposición al régimen, su poca posibilidad (no capacidad) de expresión y sus ganas de reconstruir o mantener algunos lazos permanentes. Así comenzaron a sucederse las escuchas colectivas, nacieron las primeras publicaciones subterráneas y un germen de resistencia emergió en los espacios que terminaron por inaugurar el «se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar» que se popularizó en el espacio público hacia 1982.
Recuperar el espacio de resistencia germinal y hacerlo a partir de las expresiones que se ubican en los márgenes de las expresiones consagradas en (y menudamente utilizadas por) el establishment es una forma de memoria que sirve para celebrar una manera de comprender los momentos culturales del país y su devenir histórico. A cuento de esto viene bien remarcar la importancia de la nueva edición de el Traslasierra Rock Festival. El evento tendrá lugar el próximo sábado 24 de Marzo en el Balneario Municipal de San Javier, habrá dos escenarios en el que actuarán El Garage, Mal Camino, Rockers, Lobo Negro, Verde Cabeza, Molle, Ormigas, Zé, Hijo de Tigre, Monos Paracaidistas, Ajo, Hipiesse, La Luz Mala, Munay Ky Dub y TMT.
El rock, la cultura y la memoria. Entre las tantas expresiones que se van a suceder durante la semana previa y la fecha que mantiene la memoria viva de lo sucedido en nuestro país desde el 24 de Marzo de 1976, hay una que desanda un camino de resistencia que empezó incluso antes del comienzo de la dictadura y que ayudó a miles de jóvenes a respirar en los momentos más asfixiantes de nuestra historia reciente.