El Siglo XXI no entró con toda la potencia. Después de 2001 Odisea del Espacio, la saga Stars Wars o Volver al futuro, esperábamos la llegada de la nueva centuria con trajes plateados, autos voladores, patinetas sin ruedas, pueblos estelares habitados o policías con lightsabers. Sin embargo, a 17 años, todavía las empresas retocan prototipos de vehículos autónomos -sin conductor-, y nos vamos dando cuenta que los teléfonos no son tan smart como nos dijeron.
Promediando una quinta parte del siglo aparecen los primeros vestigios de la esperada «revolución tecnológica» y, como corresponde a cualquier planeta conservador que se precie, se instala la polémica.
Según un informe del canal RT más del 40 por ciento de los hombres comprarían un robot sexual en los próximos cinco años, a pesar de sus consecuencias sociales, morales, físicas y emocionales. Claro, si te prometen “clímax prolongados que no sólo mejorarán su calidad de vida sexual, sino (garantizan) una vida más larga», es natural que casi la mitad los elijan. Hay que hacer un apartado aquí para decir que la mayoría de los informes tiene un tinte sexista ya que casi ninguno habla de usuarias y claramente en su aparición están orientadas a compradores varones.
La abogada Lina Céspedes en su artículo «Robots sexuales y feminismo» (lasillavacia.com) plantea que «es un problema nuevo que se parece a lo que siempre conocimos, de ahí que el gran peligro para mí sea utilizar los marcos teóricos y prácticos inadecuados». Tan nuevo que otra discusión que surge es si las personas casadas que compran un sexbot incurren en infidelidad.
Otros sectores no lo plantean como un problema sino que otorgan aplicaciones útiles más allá del placer sexual. En Amsterdam se estima que en pocos años las robots reemplazarán a las trabajadoras sexuales. En Londres, el propietario del Fellatio Café, que ofrece una bebida caliente con servicio extra para empezar el día, utilizará sexbots para su servicio ya que en el Reino Unido está prohibido el comercio sexual. Con estos dos ejemplos, reabriremos la discusión sobre máquinas reemplazando al hombre en el trabajo y así la rueda girará una vez más entre beneficios y problemas del avance tecnológico.
«En este primer modelo, la interacción es sólo a través del tacto: según como la toques, en el modo romántico, puede llegar a un estado de felicidad, o incluso puede llegar a pedirte sexo. Y luego, según como lo hagas, le puede gustar más o tal vez no», le dice Sergi Santos, el creador de Samantha, la robot capaz de tener orgasmos, a RT y en ese punto, los varones del grupo no le encontramos el beneficio.
La mayor polémica sin dudas la genera la creación de muñecas con imagen de niños -los japoneses siempre a ala vanguardia en este tipo de cosas- ya que muchos países debaten si se trata de pornografía infantil. Por citar un ejemplo, en Canadá detuvieron a un ciudadano en el aeropuerto por poseer un robot aunque luego fue declarado inocente.
El siglo finalmente asoma, de a poco, para abrirnos nuevos planos y con ello nuevos debates, en un mundo que no avanza como quisiéramos porque el universo sabe que no estamos preparados.