Hugo Alberto Cisneros
Diseñador gráfico, dibujante, escritor
Murió El Diego. En mi familia, calculo que que como en todas las familias, las manifestaciones fueron variadas, unos con cariño y dolor, otros con una semi indiferencia y algún contrera que toda familia tiene entre sus huestes, tratando de romper con el ambiente de consternación creado, porque El Diego murió.
En lo particular estaba muy dolido y pasé la tarde pensando, buscando en porque ponerme así por «un jugador de fútbol» . La pregunta recurrente fue; ¿Qué me dio Maradona a mí y a tanta gente que lloraba en la tele?
Aquí va mi respuesta
Un día de Junio del ´86 recostado sólo en mi cama para ver el partido contra los ingleses con el entusiasmo de un reciente soldado afectado a la guerra por nuestras islas del sur. Pensaba en ese momento que era alguna forma de estupidez relacionar algo tan tremendo para mi país y para mí como participante de eso, con una disputa deportiva, pero ahí estaba esperando. Solo.
De pronto me distraje del partido enfrascado en pensamientos de índole sentimental: hacía algunos días había roto una relación muy importante con una mujer a la que quería mucho, y según yo, el corte era definitivo. Trataba, con poco éxito, que este partido me distrajera del mal de amores por el que atravesaba. Insistí, pero no había caso miraba las acciones casi ausente, miraba por mirar.
Dentro de mi descuidada atención veo a este pibe casi de mi edad arremeter entre varias camisetas inglesas y de un manotazo imperceptible, provocar la ira de los piratas por un gol viciado de trampa y un tipo de emoción me recorrió por el cuerpo y ahí sí, me senté en la cama sintiendo los primeros síntomas de una emoción que empezaba a secarme la boca, a tensionarme el ánimo. Mis sentimientos de corazón roto habían desaparecido.
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Lo que sigue, ese segundo gol, ni falta hace contarlo, es el más visto de todos los goles de los mundiales. Salté de la cama, corrí al lavadero donde guardaba mi vieja los trastos y tomé una caña tacuara con la bandera argentina mal atada en su extremo, bajé las escaleras totalmente inconsciente de lo que hacía y me largué por las calles vacías, por el medio, en soledad en dirección al centro de Salta, revoleando de un lado al otro la inmensa caña gritando como un loco y lagrimeando de alegría, para los que no me conocen, aclaro que fue la única vez que hice eso y a los que me conocen, saben que es verdad lo que digo.
Cuando llego a la plaza principal de la ciudad que hace muchos años es mía, ya había algunos locos como yo, llorando, abrazándose y allá fui también. Me confundí liando brazos con personas que no conocía, pero sabía que eran argentinos.
Ar-gen-tina
El tiempo pasó, llegaba cada vez más gente, ya era una caravana de almas llorando y gritando a los cuatro vientos esta felicidad nunca antes sentida. Balanceando la caña golpeé en la cabeza a un niño que era llevado en los hombros de su padre que de la alegría no me respondió con un reclamo, refregó como al descuido la cabeza de su hijo que lloraba mientras me gritaba: AR-GEN-TINA, AR-GEN-TINA!!!.
En ese fervor de mil almas sentí como alguien se abrazaba a una de mis piernas, era la hija de la mujer con la que había tenido la mala idea de cortar una hermosa relación. La pequeña lloraba y me señalaba hacia un banco de la plaza en donde vi la imagen de ella con ojos de esperanza que ahora se que nunca en mi vida olvidaré. Con la bandera arrastrándose atrás mío, me acerqué, me arrimé y nos abrazamos para nunca más soltarnos. De ese momento hacen ya 34 años.
Hoy, mi familia está compuesta, por 18 integrantes entre hijos, hijas, yernos, nueras, nietos y nietas que de muchas maneras estuvimos andando por este tiempo, entre idas y vueltas, respetando las generales de la ley y no.
Gracias Diego Armando Maradona por ese gol a los ingleses.