Lo que menos importa es el resultado

Lo que menos importa es el resultado

Aquí no pasó nada. Ganó River y ya tiene para responderle a su eterno rival cuando lo gasta por el descenso. O ganó Boca y conquistó la ansiada séptima Libertadores. Esta nota se escribe antes del partido en el Bernabéu, pero lo que menos importa es el resultado.

Pasado el último superclásico del año, los hinchas volvieron a festejar alrededor del obelisco en Buenos Aires y de las plazas principales en las ciudades del resto del país, los medios volvieron a hablar del “más grande de América” y los dirigentes volvieron a abrir sus agendas para chequear la fecha de reunión con las barras.

Pasaron más de doce horas del pitazo final del árbitro, es normal que ya nadie se acuerde, a excepción de los canales de repetición de deportes que pasarán incontables veces los goles, los gritos de los técnicos, las patadas y las atajadas. Del resto, nada. Nadie se acordará del hincha de River identificado, detenido y liberado la semana pasada por ser uno de los agresores al colectivo que transportaba a Boca. Nadie notará si Rafa Di Zeo estaba en el estadio, si los barras viajaron con pasajes pagados por los clubes, no se recordará el nombre de aquel hincha que no dejaron viajar “de vacaciones” a Barcelona, casualmente este fin de semana. Quizás solamente los diseñadores de Eameo se acordarán del Panadero en algún montaje simpático.

Nadie traerá a colación que en Argentina se juega sin público visitante por las barras bravas, que su nombre está naturalizado y que eso les permite ser violentos, pero que ellos siguen entrando a las canchas, revendiendo entradas, cobrando el estacionamiento coercitivamente en las inmediaciones del estadio, sentándose a la mesa con los dirigentes.

El resultado es lo de menos, durante este mes veremos resúmenes de la Superliga, los goles de Messi, el mundial de Rusia, pero en los informes de fin de año no aparecerá que los medios de comunicación azuzaron a los hinchas como a perros de presa antes de la riña, los cebaron, les dijeron que no había nada más importante en sus vidas que esos dos partidos.

La nota de la edición digital del principal medio deportivo del país que titulaba “Mate y juegue (con la gente)” y las palabras de Benedetto a favor del jefe de la barra serán noticias de ayer, al mismo tiempo que la foto del capitán levantando la copa borrará los papelones de la Conmebol en la organización de todo el torneo, el VAR, los suspendidos de oficio, los resultados de escritorio…

La final más larga de la historia postergó muchos partidos de River y Boca en el calendario local, por lo que la Superliga volverá antes de lo previsto, y con ella “la pasión”, aquella que nos enceguece, nos justifica, nos altera los sentidos, nos fusiona a hinchas y barrabravas, nos saca el odio de adentro; la que nos borra de la memoria las piedras, los vidrios rotos, los ojos enrojecidos de los jugadores, las palabras de Angelici diciendo que “los partidos se ganan en la cancha”.

El resultado es lo de menos, porque la noticia y el relato histórico dirá que hubo una final de la Libertadores entre Boca y River. Ya nadie repetirá el perogrullo que refiere la vergüenza de que la copa que se llama Libertadores de América se juegue en Europa, en un estadio que lleva el nombre de un defensor del franquismo; ni siquiera notarán que a los ojos comerciales del mundo hace años que el torneo se llama Santander Libertadores, de modo que no extraña que se juegue en España. Las noticias no hablarán del negocio que significó que una final se programe cuatro veces para que finalmente los europeos puedan ver un superclásico sin pasar por la agencia de turismo.

Pero fundamentalmente, nadie echará culpas. Ni a la Conmebol, que hace sólo dos años destapó el mayor escándalo de corrupción en el deporte (¿alguien se acuerda de Burzaco y sus socios empresarios?), ni a Angelici, D´Onofrio o Chiqui Tapia por no ponerse de acuerdo para jugar en Argentina, ni a las fuerzas de seguridad por no saber custodiar un colectivo, ni a Rodríguez Larreta ni a Mauricio Macri por no garantizar que un espectáculo deportivo se desarrolle normalmente. Ni siquiera a Matías Firpo, el agresor del micro que sí echa culpas al operativo policial, ni a la justicia que le prohibió ir a la cancha durante dos años y medio, mientras que el público visitante no puede asistir hace más de 15, culpa de “los inadaptados de siempre”, que nunca son los mismos.

El resultado es lo de menos, aquí no pasó nada, nos vemos la próxima (o el próximo hecho de violencia).

*Esta nota fue publicada en la edición impresa de La Nueva Mañana del 10 de Diciembre de 2018

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